¿De verdad vamos a seguir fingiendo que todo sigue como antes, que no estamos acabando con nosotros mismos, que no estamos perdiéndonos, que no estamos al borde del abismo, que no podemos retroceder y que el simple latido del corazón a un ritmo acelerado podría hacernos caer? Dicen que nunca es demasiado tarde pero es mentira, las agujas de nuestro reloj han sido destruidas por el mismísimo tiempo. Yacen oxidadas impregnadas de segundos, minutos que parecieron horas y oportunidades perdidas. Nos hemos condenado sabiendo con claridad lo que ocurriría. Nos hemos conducido hasta la cuerda floja y nos hemos reído del destino en su propia cara.
Ahora cuando se ha cansado de nuestros juegos y ases en la manga decide fulminarnos destruyendo nuestro único punto de apoyo.
¿De qué nos sorprendemos? Nos hemos arriesgado. Hemos tirado los dados a sabiendas de que están en blanco, al igual que todas nuestras cartas y ya no nos queda ningún comodín por usar.
Cargamos completamente la pistola y jugamos a la Ruleta Rusa. Apretamos el gatillo y ahora nuestras ideas, explayadas en la pared gritan el porqué.
Porque somos enfermizamente masoquistas y nos gusta arrancarnos la piel con los pies descalzos sobre mantos de olvido mientras la luna a duras penas nos recuerda quiénes somos y qué hacemos aquí.
Pero esas arenas movedizas, como peces en una red, ya nos han atrapado. Nos toca volvernos a inventar para volver a echar una partida y volver a perder y perecer.

No hay comentarios:
Publicar un comentario