domingo, 22 de mayo de 2011

Libre, joven e infiel.

Su cuerpo desnudo y frágil se encontraba en la inmensidad del salón, sobre aquella alfombra que le daba tanto asco porque se la regaló él y desagradables pero morbosos recuerdos llegaban a su mente al verla. Otro amante más que se iba de su casa, como cada domingo cuando su marido se iba con sus amigos al bar. Una vez más que se desplazaba hacia el suelo para recobrar el aliento. Miles de gotitas volvían a hacer una ruta bajando desde su cara, tomando con delicadeza cada curva de su cuerpo, llegando a distintos rincones de su cuerpo. Comenzaba a sentir el frío, se levantó y fue hacia el baño. Se sentó en frente del espejo, quiso detenerse un instante a observar su figura. Cada año que pasaba marcaba huella y sus años se empezaban a notar, pero seguía tan bella como siempre. Al salir de la ducha se arregló el pelo, se vistió, se puso sus tacones rojos y decidió salir a la calle, se sentía bien con ella misma a pesar de todo, a pesar de dejar salir a la niña juguetona que tenía en su interior con hombres que no eran su marido, pero así era ella, libre, joven e infiel. Nunca le gustaron los compromisos. Tenía miedo de quedarse sola, ese era el verdadero motivo de su casamiento, nunca encontró el amor, quizás fue por miedo a encontrarlo.
Su corazón siempre estaría vacío, ella lo sabía pero en realidad no le importaba.
Se sentó en la plaza de siempre, en el banco de siempre a mirar el paisaje de siempre…pensando, tal vez en todo, tal vez en nada. Empezaba a oscurecer y decidió volver a su casa, volver a la monotonía. Entró en su casa, dijo –“Cariño, ya he llegado”-. Permaneció un rato en silencio esperando una respuesta pero no la obtuvo. Dejó su bolso y abrigo en la butaca de la entrada, subió las escaleras mientras se quitaba los collares y las pulseras y vio en aquella alfombra, aquella alfombra en la que tantas cosas habían ocurrido, en la que tanto había llorado, en la que tanto sudor había caído, si, en esa misma alfombra se encontraba su marido ya sin vida. En ese preciso momento le habría gustado derramar una mísera lágrima, pero sus ojos no lo consiguieron.

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